Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que –según él – le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió!
Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente; etc.
Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso.
Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió así la cosa, si él había puesto los climas que creyó convenientes.
Pero Dios le contestó –“Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consuman, y purificarla de plagas que la destruyan ...
Así nos pasa: queremos que nuestra vida sea puro amor y dulzura, nada de problemas. El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que no se asusta ante ellas, no se echa para atrás. Por eso podemos afirmar que las dificultades son ventajas, las dificultades maduran a las personas, las hacen crecer.
Por eso hace falta una verdadera tormenta en la vida de una persona, para hacerla comprender cuánto se ha preocupado por tonterías por chubascos pasajeros.
Una tormenta en tu vida seguramente hará estallar el pensamiento en miles de relámpagos por segundo, y seguramente, creerás que todo es maldición y mala suerte, pero la fe, la constancia, la voluntad y la resignación, harán que logres como cosecha, los mejores frutos que solo se obtienen cuando el frío de los años ha endulzado tu decir, tu obrar y tu soñar.
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