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El espacio interior


La mayoría de las personas tienen apenas una conciencia periférica del mundo que las rodea, especialmente cuando los alrededores son conocidos. La voz de su mente absorbe la mayor parte de su atención.
Algunas personas se sienten más vivas cuando viajan y visitan lugares desconocidos o países extraños porque en ese momento su sentido de la percepción, de la experiencia, ocupa mayor parte de su conciencia que los pensamientos.
Se tornan más presentes; otras permanecen completamente poseídas por la voz de su mente aún en esos momentos. Sus juicios instantáneos distorsionan sus percepciones y experiencias. Es como si no hubieran salido de sus casas. El único que se desplaza es el cuerpo, mientras que ellas se quedan donde siempre han estado: dentro de sus cabezas.
Esta es la realidad de la mayoría de las personas: tan pronto como perciben algo, el ego, ese ser fantasma, le da un nombre, lo interpreta, lo compara con otra cosa, lo acepta, lo rechaza o lo califica de bueno o malo. La persona es prisionera de las formas de pensamiento, de la conciencia del objeto.

No es posible despertar la espiritualidad hasta tanto cese la urgencia compulsiva por nombrar o hasta tomar conciencia de ella y poder observarla en el momento en que sucede. Es nombrando constantemente que el ego mantiene su lugar en la mente no observada.
Cuando cesa el impulso de nombrar, e incluso en el momento mismo en que tomamos conciencia de él, se abre el espacio interior y nos liberamos de la posesión de la mente.
Tome algún objeto que tenga a la mano (un bolígrafo, una silla, una taza, una planta) y explórelo visualmente, es decir, mírelo con gran interés, casi con curiosidad.
Evite los objetos con asociaciones personales fuertes que le recuerden el pasado, por ejemplo, el lugar donde lo adquirió, la persona de quien lo recibió, etcétera. Evite también cualquier cosa que tenga letras encima como un libro o un frasco, porque estimularía el pensamiento. Sin esforzarse, concentre toda su atención en cada uno de los detalles del objeto, manteniéndose en un estado de alerta pero relajado.
En caso de que aflore algún pensamiento, no se deje arrastrar por él.
No son los pensamientos los que le interesan sino el acto mismo de percibir. ¿Puede eliminar los pensamientos? ¿Puede mirar sin que la voz de su mente comente, llegue a conclusiones, compare o trate de dilucidar algo? Después de un par de minutos, dirija su mirada a su alrededor, haciendo que su atención ilumine cada cosa sobre la cual se pose.

Después lleve su atención a los sonidos que se producen a su alrededor. Escuche de la misma manera como observó los objetos, algunos sonidos pueden ser naturales (el agua, el viento, los pájaros), mientras que otros son hechos por el hombre. Algunos son agradables, mientras que otros pueden ser desagradables. Sin embargo, no trate de diferenciar entre los buenos y los malos.
Permita que cada sonido sea como es, sin interpretaciones. La clave, nuevamente, es el estado de alerta y atención. Cuando miramos y escuchamos de esa manera, tomamos conciencia de un sentido de calma sutil y quizás casi imperceptible en un principio. Algunas personas lo sienten como una quietud en el fondo, otras hablan de una sensación de paz.
Cuando la conciencia no está completamente absorta en los pensamientos, parte de ella permanece en su estado original informe, y no condicionado. Ese es el espacio interior.

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