Una vez lo vi. En un camino solitario del cálido paisaje de la India, entre campos y mieses y árboles y arbustos, lejos de toda huella de habitación humana.
Yo iba pedaleando suavemente en mi bicicleta -excursión privada sobre la libertad de dos ruedas y sin gasolina- recibiendo en mi rostro el aliento del aire caliente, paseando mi mirada como si fuese el dueño del horizonte, y dejando a todos mis sentidos descansar sobre la gran bendición verde que los monzones anuales habían traído a la tierra cansada.
No había ni un ser humano a la vista. Sólo los pájaros y las ardillas y las mariposas y las abejas. Yo avanzaba despacio bebiendo el paisaje. Viaje de placer en los dominios de la naturaleza. Pasó un buen rato y un buen trecho de camino cuando comencé a sentir un cambio sutil alrededor mío. Un extraño silencio se había apoderado del campo. Colgaba el peligro en el aire expectante. Paré la bicicleta, eché pie a tierra y escudriñé el terreno.
De repente lo vi. Algo se destacaba sobre la hierba igual. Una serpiente cobra, medio enroscada en el suelo y medio erguida en el aire, con su capuchón desplegado en solemne majestad, y su lengua escribiendo amenazas en el viento. Seguí su mirada con la mía, y llegue a la rama de un arbusto a media altura y corta distancia. En la rama estaba un pajarillo aterido de miedo. Yo había oído que las serpientes les hacían eso con los pájaros. Ahora lo veía.
El pájaro tenia alas pero no podía volar. Tenia voz, pero no podía cantar. Estaba helado, rígido, hipnotizado. La serpiente sabia su poder y había pronunciado su hechizo. La presa ya no podría escapar, aunque tuviera el cielo entero abierto a su carrera. El miedo atenazaba al pájaro. Un salto desde la hierba, una punzada del colmillo traidor, y el dueño de los vientos caería ante el enemigo terrestre.
Agite la brisa con mi presencia, La serpiente se volvió rápidamente y me miro con furia. Levante los brazos y grite sonidos humanos. La cobra se bajo con lenta protesta y abrazo el suelo. Allí quedo inmóvil por un momento calculando riesgos. Luego se escurrió rápidamente entre la hierba. Un gesto de respiro libero el paisaje. El arbusto volvió a cobrar vida. El pajarillo se despertó de su sueño de muerte. Volvió a encontrar sus alas. Y voló.
Carlos G. Vallés
Enviado por Merle (Gracias Amiga!)
Que hermoso mensaje nos deja esta historia. Cuantas veces podemos llegar a sentirnos ateridos de miedo. Nunca olvidemos que tenemos todas las posibilidades de salir adelante y sortear todos los ocbstáculos que se nos presenten. Si creemos que podemos volar, volaremos!
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